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por Iván Solís

Justo cuando comenzábamos un intento de reactivación económica y parecía que volveríamos poco a poco a la normalidad (equivocadamente) de repente nos encontramos otra vez en el punto inicial. Los sentimientos de paranoia, ansiedad y frustración regresaron renovados, después de un primer fracaso el miedo toma mucha más fuerza y viene acompañado de una sensación de cotidianidad que más que ayudar, empeora las cosas. Por si fuera poco, están también los que van en sentido contrario. Desesperante. Esta es nuestra “nueva normalidad” y muy probablemente se pondrá peor, antes de ponerse mejor. En una etapa en la cual somos constantemente abordados por publicidad que utiliza el optimismo como una estrategia de comunicación emocional, las palabras directas pueden sonar extrañas, incluso prohibidas, pero no necesariamente es malo escucharlas.

Gabriel Oettingen, investigadora y autora del libro “Rethinking of Positive Thinking” (Repensado el Pensamiento Positivo) comparte algunas de sus conclusiones después de realizar una serie de estudios en distintas circunstancias acerca de la influencia del pensamiento positivo en las personas y su productividad. Oettingen comenta que la energía, medida por la presión arterial, baja cuando las personas generan fantasías felices sobre su futuro. “El problema es que las personas que solo enfocan su pensamiento en fantasías positivas, sin un análisis de por medio, no suben su energía para cumplir esos deseos”. Oettingen encontró, por ejemplo, que tras dos años de fantasear sobre la obtención de un empleo, los graduados universitarios de su muestra terminaron ganando menos dinero y recibiendo menos ofertas que los egresados que tenían más dudas y preocupaciones al principio. Y esos graduados optimistas también enviaron menos solicitudes de empleo. “Fantasean sobre eso y entonces se sienten realizados y relajados, pero pierden la motivación necesaria para esforzarse y lograr que sucedan las cosas” señala Oettingen.

Tampoco se trata de explotar el pensamiento pesimista, incluso la gran mayoría de nosotros no podríamos hacerlo. Tali Sharot, autora del libro “Optimism Bias” (La Predisposición al Optimismo) menciona que el optimismo está incorporado en la psiquis humana. Sharot confirmó que las personas tienen una parcialidad inherente que las predispone hacia el optimismo. Aún en situaciones negativas, el ser humano tiende a convertir esto en algo positivo. “Vemos el futuro siempre mejor que el pasado. Esa tendencia al optimismo existe en alrededor de un 80% de la población y ayuda a que la gente esté motivada desde un principio”. Otro tipo de ventajas del pensamiento positivo se han documentado en salud, longevidad y relaciones interpersonales. El camino de la negatividad tampoco es opción.

Gabriel Oettingen en su libro nos menciona una metodología para “balancear” estos pensamientos y aumentar probabilidades de éxito. El objetivo de esta metodología es proveer un marco de trabajo para nuestros objetivos y así seguir un proceso que logre volverse inconsciente con el tiempo.

El concepto WOOP trabaja de la siguiente forma:

Wish (Deseo): El sueño o fantasía final, pero escalado hacia una acción en el corto plazo que nos acerque a ese lugar. Ejemplo: Si mi sueño es escribir un libro, una acción podría ser leer un libro acerca del mismo tema hoy por la noche o escribir todas mis ideas en un documento esta tarde. 

Outcome (Resultado): El beneficio máximo que esperamos experimentar después de lograr lo que buscamos. Ejemplo: Seguridad, realización, satisfacción, vencer miedos, compartir, educar, etc.

Obstacle (Obstáculos): Los problemas o dificultades internas más relevantes que pueden detenerme para alcanzar mi objetivo. Ejemplo: Procrastinación, pereza, inseguridades, distractores sociales, falta de conocimientos, etc.

Plan (Plan): Enfocarse en cuando y donde podemos toparnos con los obstáculos internos y generar una respuesta para cada una de estas situaciones. Ejemplo: Si siento la necesidad de dedicar mi tiempo a Netflix, lo haré solo después de escribir un párrafo de mi libro.

Las conclusiones de Oettingen confirman ideas previamente expresadas por otros autores y líderes reconocidos; nuestros objetivos necesitan un plan de acción, de lo contrario solo serán buenos deseos. En paralelo a nuestra realidad, es justamente bajo estas circunstancias cuando más debemos enfocarnos en las acciones y permitir que los objetivos sean la consecuencia. Esto no significa dejar de planear hacia el largo plazo, pero dentro de la crisis debemos enfrentar un obstáculo a la vez. El pensamiento positivo nos dará la motivación necesaria, pero el análisis frio nos permitirá conocer los obstáculos a superar, entender nuestras fortalezas y áreas de oportunidad, y así estar preparados para los posibles escenarios a enfrentar. Incluso prepararnos para lo peor, porque es una posibilidad. El miedo no debe detenernos, pero puede funcionar para mantenernos en estado de alerta. La única manera de salir de una trampa de lodo es mantenerse lo más concentrado posible y sacar una parte del cuerpo a la vez.

Nuestra versión anterior no está lista para esta nueva realidad, duele reconocerlo, pero el negarlo no lo hará menos real. Nadie estaba listo para esta situación. Si te sientes inseguro, con dudas y miedos, no estás solo; somos millones. Esta idea “negativa” se volverá irrelevante si entendemos que este contexto no es más que un punto de partida. Los objetivos son la adaptabilidad, superar los obstáculos que tenemos enfrente y poder reinventarnos para las nuevas necesidades del entorno actual. El enfocarnos en esos nuevos deseos nos permitirá crear los nuevos planes de acción adecuados para salir adelante desde la nueva perspectiva. Basta de optimismo barato, mensajes emocionales sin substancia y de bonitos deseos. Volveremos a abrazarnos, pero por ahora, los abrazos pueden esperar.